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LOS TRONCOS MÁS GRUESOS.



Javier Lorenzo Candel
Hemos llegado a un punto en que todo lo que no es práctico no tiene sentido en nuestras vidas. La vivienda, la moda, la universidad, la política, tienden a esa esfera curiosa que surge de la naturaleza de lo práctico. Y no somos capaces de comprender nada que no esté descrito por esta característica. 
Pero incluso el propio pensamiento, la reflexión ante las cosas de la vida, está sucumbiendo a esta razón como si, de no estar amparado por el territorio de lo práctico, no tuviera ninguna fuerza para existir. Las sociedades han desarrollado sistemas de interpretación de la realidad que acaban con todo aquello que se salga de la utilidad o la comodidad interpretativa. La parsimonia de los movimientos sociales ha asumido ese tiempo para facilitar la comprensión del mundo desde premisas que no compliquen demasiado la propia existencia. Así, nuestros recursos intelectuales tienden a debilitarse en circunstancias donde esa practicidad está teniendo lugar. No hay más que echar un vistazo a los nombres, por poner un ejemplo, de los nuevos grados de las universidades, o al enfoque curricular de los colegios del siglo XXI. Todo tiende a lo práctico para ser, cuando menos, válido.
Dos últimas lecturas, una de ellas relectura, están denunciando situaciones similares. La primera, de la mano de Octavio Paz en su libro “In/mediaciones” (Seix Barral, 1979), en un análisis de la labor del crítico en el México de los años 70, extrapolable a la situación actual en un país como el nuestro, donde plantea su queja ante el poco valor intelectual que estos mantienen para dar luz, en torno a la crítica, a una generación de creadores que tiren de los recursos que aquella plantea. Porque todo movimiento intelectual, alejado de esa practicidad a la que antes aludía, requiere un contexto teórico para fortalecer sus capacidades creativas, un contexto teórico que dé forma, no solo a los creadores en su conjunto, sino también a la parte más reflexiva de la sociedad, sin la cual, su recorrido se estanca. Las iluminaciones que la teoría literaria, o filosófica, puede llegar a proponer son necesarias para encontrarnos en un territorio fértil para crear.
Tengo para mí, como Paz subrayaba, que estamos desasistidos de un movimiento intelectual que construya cimientos para la creación. Buena culpa del carácter ecléctico de la literatura está sostenida por la carencia de estas bases o, lo que puede llegar a ser peor, la puesta en valor del entretenimiento como único resorte de la sociedad. Un entretenimiento que, aun siendo necesario, está asumiendo cualquier plano social en ese concepto de lo práctico. Parece como si sólo necesitáramos sociedades entretenidas, no sociedades que indaguen y se pregunten; sociedades que se esfuercen para alcanzar objetivos intelectuales.
La labor del crítico no puede ser la de repetir los sonidos de la sociedad, sino la de acreditar que existen otros medios para expresarse. Andamos escasos, quizá no de críticos, sino de actitudes que propicien esta reflexión.
La segunda de las lecturas, sacada de un magnífico volumen de textos de Walter Benjamin, publicado por Taurus este mismo año, con el título “Iluminaciones” (reúne las traducciones de Jesús Aguirre), aborda la naturaleza del autor como productor en conferencia pronunciada en abril del 1934 en París, donde describe la figura del autor preguntándose qué lugar ocupa en las relaciones de producción de las sociedades. ¿Es útil dentro de estas relaciones de producción, para el desarrollo social de las mismas?
En el mismo plano aborda la figura del autor como un elemento más de la lucha de clases puesto del lado del proletariado.
No pretendo yo extrapolar el discurso marxista de Benjamín (recordemos que también de los miembros más destacados de la escuela de Frankfurt) para traerlo a nuestro tiempo. Pero sí me sirve para destacar la necesidad de ser útil en el contexto en el que el creador crea. Algunos pueden decir que se es útil también en el entretenimiento. Ciertamente, pero estamos en un momento en que, cubiertas las necesidades más básicas de ocio, deberíamos abordar las necesidades de conocimiento. 
Dice Benjamin: “Quizá hayan caído ustedes en la cuenta de que esta serie de pensamientos…plantea al escritor una sola exigencia: la de reflexionar sobre su posición en el proceso de producción”. Porque es esa implicación en los procesos de evolución (ignoren, si quieren, el término marxista) de las sociedades, donde el rumbo no queda completamente definido, es donde la mano del creador debe, está en la exigencia, de proponer rumbos necesarios. Y da un paso más en la comprensión de esta colaboración necesaria del autor cuando propone una actitud que lo ponga en situación de hacer de los lectores, en el caso de la literatura, y los espectadores, en el caso del cine y el teatro, absolutos colaboradores. En este caso el esfuerzo es común a los dos. El autor se implica en una obra para que sea útil a lectores; y, estos, como colaboradores, deben estar preparados para esa labor colaborativa, deben de ser útiles en esa misma labor. El problema sería encontrar una sociedad que estuviera preparada para formar a escritores y colaboradores, que fuera capaz de pensar en esta necesidad. Pero me temo que en las funciones que hemos asumido no está la de la formación en estos asuntos.
El concepto con el que arrancaba este artículo, el de lo práctico, toma aquí un sentido diferente al que se asume desde nuestra perspectiva de ciudadanos de 2018. La utilidad cambia de plano para mostrarse mucho más operante, más ilustrativa y mucho más necesaria. Porque, como señala el escritor alemán en otro de sus artículos recogidos en este volumen: “En el bosque hay troncos de diversas clases. Los más gruesos se cortan para vigas de navío; con los menos gruesos se hacen tapas para cajones y féretros, los más finos se utilizan para varas; pero los raquíticos no sirven para nada. Escapan de los padecimientos de la utilidad”. Descendiendo por el sentido de utilidad y de practicidad que va marcando este artículo, no sigamos utilizando las varas más raquíticas para dar forma a nuestro siglo. Busquemos los troncos más gruesos. Si no, estamos perdidos.

ARTÍCULO PUBLICADO EN INFOLIBRE

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