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UNA NUEVA SENSIBILIDAD


Javier Lorenzo Candel
Si somos capaces de entender que la sensibilidad forma parte del desarrollo cognitivo de los seres humanos, entenderemos también que se pueda producir un cambio en las formas en que, de manera sensible, asumimos el mundo que nos rodea. No será, por tanto, lo mismo entender la relación de un objeto determinado, pongamos por caso un sombrero, con aquel que lo viste en nuestros días que la sensación que pudo despertar el mismo sombrero en los primeros años del siglo XIX.

Esta modificación en la sensibilidad también es exportable, o, sobre todo, lo es, al mundo del arte. Los diferentes procesos de creación vienen dependiendo de la evolución de esa sensibilidad de la que vengo hablando, se muestran definidos por ella, pero también tratan de modificar los aspectos que le dan forma, sus características históricas. Estos procedimientos de adaptación y evolución respecto a la sensibilidad definen muy claramente cuáles son los comportamientos de los seres humanos en cada época histórica, y cuantifican los niveles de atención y experimentación tanto de autores como de espectadores o lectores.
Con todo esto, estamos en condiciones de decir que ese diálogo necesario entre quienes tratan de despertar la sensibilidad de las sociedades y la sociedad misma, se establece en torno a propuestas que activen esos mecanismos de atención y hagan, por ellos mismos, posible el diálogo entre quienes crean y aquéllos que reciben lo creado.
Asistimos en estos tiempos nuestros a un notable eclecticismo en el mundo del arte, un eclecticismo que viene de la mano de una preocupante disminución de la necesidad de consumo cultural, un desprendimiento de la conducta creativa que vaya más allá de la propia supervivencia social. En este marco, el desarrollo de la creación viene definido por un conjunto de acciones que tratan de despertar a los potenciales espectadores de la acción, que tratan de activar su sensibilidad y acoger, en ese momento, a un número indeterminado de perceptores de la obra de arte.
En la literatura encontramos manifiestos y escritos que van encaminados, grosso modo, a despertar el interés por lo que se está queriendo decir, por la acción misma del escritor hacia el lector. Asistimos a un cortejo (si se me permite el término) en el que el escritor, el poeta si de poesía se trata, pone de manifiesto que en su lenguaje, en su manera de decir, se encuentra el sonido que despierte la sensibilidad del que lo lee. Es en este punto donde podemos ir a mi primera afirmación, a la idea de que la sensibilidad viene cambiando de forma necesaria, y viene siendo desde una perspectiva inasumible por algunos: la rapidez con la que hemos adoptado, en unos pocos años, un compromiso con otra sensibilidad que irrumpe en la nueva burocracia, la neo burguesía, el consumo y la tecnología de manera absoluta, sin espacio para otro tipo de sensibilidades. El ser humano del siglo XXI participa de manera activa en los procesos que van marcando la sociedad de consumo para olvidar la posibilidad de abrir los ojos hacia una sociedad (por utilizar el término de Ivan Illich) convivencial, en la que las herramientas que se utilizan no sirvan para acabar con características propias, y la creación lo es, que nos lleven a un ser humano aborregado en los ritmos de estas nuevas sociedades.
Y es aquí donde el tipo de literatura, también el arte y otras manifestaciones culturales, propenden en un ritmo acelerado, a encontrarse necesariamente con esa sensibilidad social, sin la cual no tendría interés ninguna manifestación artística. El creador, desasistido por su creación, desaparece entre la sociedad no creadora.
Si la sociedad manda en los procesos artísticos, si hemos desechado las propuestas que podrían, no sin dificultad, modificar las sensibilidades de nuestro siglo, nos vemos en la obligación (podríamos llamar ética) de crear desde la mirada de la nueva sociedad. Es en este contexto en el que surge, por un lado, el eclecticismo del que hemos hablado antes, que no es otra cosa que la pérdida de las referencias sociales en su conjunto, y de otro, la acción creativa amparada por esos procesos de nueva sensibilidad. Una creación, lo he dicho ya, no creadora.
En este punto, ¿Para qué sirve la literatura?¿Cuál es el papel del escritor? Serían dos cuestiones a tener en cuenta. Si apostamos porque el escritor es un cronista de su tiempo, éste tendrá, necesariamente, que adscribiese a la conducta de contar aquello que el lector sea capaz de entender. Si el escritor, en cambio, es un creador apasionado que intenta describir nuevas realidades, su creación será, probablemente, un choque entre su propia afirmación y una sensibilidad completamente diferente a la que trata de despertar en sus escritos.
Y aquí es donde encontramos el espacio en el que responder a tantos interrogantes.  Porque, al igual que el ejemplo del sombrero, encontramos que la literatura en su conjunto, y la poesía en particular, están siendo observadas por ciudadanos del siglo XXI que son capaces de entender y hacer entender características muy diferentes, opiniones surgidas de otros intereses, movimientos de sensibilidad de otro orden que, por ende, demandan un nuevo tipo de acción comunicativa que concuerde con su nueva sensibilidad. El sombrero del XIX no es ya el sombrero del XXI.
Si no somos capaces de contar desde este nuevo espacio estaremos provocando un ruido infernal que anulará cualquier posibilidad de hacernos entender.
El asunto sería, ahora, describir cuál o cuáles son los tipos de sensibilidad imperantes. Pero en una sociedad como la nuestra, cambiante en grado superlativo y en muy poco espacio de tiempo, hemos asumido que los nuevos resortes se han creado amparados en el mecanicismo y en la tecnología, en el consumo y en la sociedad del capitalismo, en la posverdad y en la lucha por defender singularidades propias en vez de defender el sentido común de las sociedades, en el big data y la soledad megainformada como argumento.
 Probablemente, y esto puede llegar a ser una conclusión, ante la nueva sensibilidad la literatura, la poesía, el arte en su conjunto, tenga muy poco sentido. 

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