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MEMORIA DE MUJER


Javier Lorenzo Candel


Con la reedición de las memorias de Concha Méndez, a cargo de su nieta Paloma Ulacia, publicadas por Renacimiento con el título “Memorias habladas, memorias armadas”, tengo la impresión de que se ha impulsado un fenómeno literario que malvivía reducido a estudios sobre la república española y la guerra civil, o con el peso de figuras relevantes del exilio, en su mayoría hombres, que formaba parte de unos cuantos especialistas, sin recalar en la curiosidad del lector.

Pero el género memorialístico tomó forma en la voz de un grupo numeroso de mujeres que, no solo participaron activamente en la vida política española en la República, sino que también fueron combatientes en la propia guerra y protagonistas de excepción en el exilio.

Nombres como los de Carlota O´Neill, Luisa Carnés, Concha Méndez, Victoria Kent, María Teresa León, María Zambrano, Zenobia Camprubí y un largo etcétera, compusieron lo que puede llamarse la “memoria femenina del siglo XX”, cada una de ellas con un estilo propio, que amplifica la visión de una etapa en la vida de España. Sus nombres, en ocasiones alojados junto a los de sus maridos, han saltado muy tímidamente, en el panorama de la edición, como documentos que venían a completar las vidas de los hombres, revisando buena parte de su literatura como la consecuencia de compartir cama con las grandes figuras de la historia.

Pero esta tendencia, afortunadamente, se ha abierto hacia estas voces para dejar constancia de la importancia de la mujer en el episodios más activos de la República, y los más dramáticos de la guerra y el exilio.

                 Las memorias de Concha Méndez, a mi juicio contadas desde el miedo y, como consecuencia, el olvido voluntario del que hablaré más adelante, son un testimonio más de los tiempos en los que personajes como Luisa Carnés o Clara Campoamor, o Maria Teresa León, fueron despejando el panorama de una España en libertad, descrita como un país que, aunque duramente estricto con la inclusión de la mujer en la sociedad, y planificado como un espacio donde el marido y el confesor tenían la palabra, intenta abrir la vida activa al sexo femenino para demostrar las posibilidades de su acción política, social y cultural. En esto, la imagen de María Teresa León y su actividad previa a la guerra, es bastante elocuente del papel regenerador que se asume para planificar en nuevo espacio de libertad. O Clara Campoamor y Victoria Kent (sin hablar de Pasionaria, con una memoria mucho más politizada que nos hace pensar más en la marca del partido que en sus propias apreciaciones), defensoras del papel femenino en los resortes de la República española y, en el caso de Kent y Federica Montseny, de su papel en la resistencia francesa frente al fascismo.

Si queremos tener un panorama real de la historia, deberemos acudir a sus testimonios para rescatar, no solo esa actividad política a la que me he referido, sino también la propia de la batalla y la figura de la miliciana (formada por prostitutas, según la pacata sociedad de la época) y la pobreza acuciante y la voluntad de supervivencia de mujeres que, una vez perdida Barcelona, caminan y luchan para alcanzar el país vecino, se desesperan con la actitud de los franceses ante la avalancha de emigrantes republicanos, ayudan con todas las fuerzas que les iban quedando a los niños y ancianos que sufrían la penuria, los piojos, la sarna y las miradas de desprecio de quienes los recibían en los pueblos fronterizos, los campos de concentración y, sobre todo, un espíritu de lucha que les llevaba a pensar que todavía era posible recuperar España para la libertad. Tan es así que muchas de ellas regresaron del país galo para integrarse el los comités de defensa de la República desde dentro de España, pagando con su vida.

                  Uno de los acontecimientos que va marcando la literatura memorialística es la dimensión real de las cárceles españolas posterior a la sublevación del 36. Quizá sea Carlota O´Neill, mujer de un aviador del ejército republicano destinado en Melilla, la más precisa respecto a las torturas y forma de vida en los establecimientos penitenciarios. Con un trazo limpio y muy buena literatura, O´Neill cuenta sus cuatro años en la prisión acudiendo a algo que resulta muy revelador en buena parte de las memorias de las mujeres. La intención es la de narrar, no desde el punto de vista del yo como estrategia literaria, sino desde un nosotros que da muestra de la necesidad de afirmación del grupo por encima del individuo. Todos los caracteres posibles se dan cita en las celdas, todos los tipos de mujer y de todas las edades (en su mayoría sin una intervención política que justificara su presidio) son la parte fundamental del mundo que se generó a partir de la determinación de encarcelar a buena parte de la población. Y los infinitos sacrificios, y los juicios sumarísimos, las noches terribles de asesinatos, la miseria y la ignorancia o el odio, pero también el amor, todo esculpido desde la prosa de O´Neill para cedernos el testimonio de las separaciones familiares, del dolor y de la pérdida como moneda de cambio.  

Pero también la resistencia francesa o la lucha por cubrir las necesidades familiares en el exilio (muchas de ellas acogidas en Cuba, México o Estados Unidos) nos dan imagen muy precisa de su dimensión intelectual o personal. El género epistolar es aquí un pilar necesario para la comprensión de su situación. O las conferencias contratadas por organismos como La Casa de España de México, que incrementaba así los recursos económicos de aquellas intelectuales que llegaban al país americano, cubriendo sus necesidades primarias y, a la vez, aprovechando todo su caudal de conocimiento.

Como se puede imaginar, buena parte de las memorias están escritas años después del conflicto, mucho tiempo después de las circunstancias de vida terrible de ellas mismas. Este dato nos permite observar que, aunque los acontecimientos descritos tiene toda la vigencia emocional, es este misma vigencia la que provoca revisiones o modificaciones del recuerdo dependiendo de algo tan necesario para su comprensión como la distancia física de España, el dolor y el miedo. Y muy probablemente sea este miedo el que justifica los olvidos.

En cualquier caso, las mujeres que vivieron de manera activa la República, las que lucharon en la guerra y las que padecieron los rigores del exilio, dejaron también documentos que tratan de hacernos comprender la realidad de un país que instauró la libertad y los derechos como elementos indispensables, un país que se vio destruido por una guerra incruenta y un país que amplió sus horizontes en todos y cada unos de las corazones que aprendieron a latir en el exilio. Muchas de ellas no llegaron a ver la muerte del dictador ni los años en los que España empezó a sacar la cabeza hacia la evolución en muchos aspectos, pero todas ellas dejaron un testimonio que amplifica de manera extraordinaria la visión de los hombres en los años más oscuros. 

En boca de mujer se interpreta la historia.  

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