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Picasso y Rivera conversan




Javier Lorenzo Candel

   El sincretismo religioso en América es esa manifestación cultural que nos propone la mezcla de la cultura hispánica y la prehispánica, dejando referencias muy importantes en el arte sacro mexicano. Sobre este sincretismo se establece un período muy fructífero del barroco, dejando ejemplos de gran valor, no sólo artístico, sino también antropológico. Los indígenas, mano de obra en la arquitectura religiosa, aportaron su idea indigenista en la visión de ángeles y santos, creando joyas de estructura fabulosa en las iglesias. 

   Salvando las distancias históricas, y desde un cierto sincretismo trascendido, la manifestación de fusión creativa también ha dominado la relación entre pintores de la valía de Rivera y Picasso, con una formulación atípica en su trabajo, con un diálogo que, a pesar de una muy corta relación en el París de principios del siglo XX, continuó muy vigente en sus obras.

   Este aspecto dialogado es el protagonista de una magnífica exposición en el Museo de Bellas Artes de Ciudad de México, muy bien estructurada, donde queda de manifiesto, no solo la amistad de ambos fruto de la idea cubista en la obra de los dos genios, sino también en la tesis que defiende procesos muy similares de enfrentarse a su evolución artística.

   Ambos empezaron a construir su mundo pictórico en la formación clásica, con la Victoria de Samotracia como referencia, ambos se postularon defensores, en sus primeros años, de un retrato que rompiera con los cánones de lo puramente académico. Los dos encaran el paso de su madurez desde el cubismo, con trabajos que, se podría decir, son copias de uno a otro, muy similares proyectos se van encadenando en esa apuesta por las formas. La exposición refiere, con bastante gracia, la anécdota conocida en la que Picasso muestra a Rivera una de sus obras, con gran similitud sobre la de este, para hacerle ver al mexicano que si hubiera copia, él era el copiado, la historia se resuelve cuando Rivera pasa la mano sobre el lienzo para descubrir que la pintura sigue todavía fresca. 

   Estos aspectos de la curiosa fusión en los trabajos de Picasso y Rivera queda patente cuando, pasado el tiempo de París y distanciados geográfica e intelectualmente, los dos proponen el acercamiento a la tradición como escalón definitivo en la escalera de sus vidas. El final de la Primera Guerra Mundial, con la alteración en las estructuras creativas, lleva aparejado un proceso de rappel à l’ordre (vuelta al orden) en el que Picasso apuesta por la referencia Griega y Romana con una clara idea de abandonar cualquier espacio propuesto por los nuevos tiempos creativos. Rivera asume la cultura mexica para concretar el mismo movimiento hacia atrás. El diálogo expositivo es claro desde dos puntos de vista: por un lado la gran obra del malagueño dentro de lo que llamó Suite Vollard, de otro los dibujos e ilustraciones para el Popol Vuh del mexicano, donde las tradiciones y manifestaciones culturales son piezas fundamentales de los trabajos realizados por ambos en la década de los años treinta del siglo pasado. 

   Es este diálogo expositivo el que refuerza un pensamiento que vengo defendiendo desde hace un tiempo. Los vestigios de sincretismo que todavía quedan, relevantes sin duda en la tradición mexicana, son referencia obligada para entender el flujo creativo de nuestro país y el americano, un flujo que demuestra la similitud, no sólo de características sociológicas adheridas a ambas culturas, sino también procesos creativos muy similares. La literatura y el arte, en términos generales, defienden en ambos mundos una esencia que conforma paisajes iguales, filosofías exactas, políticas que van de la mano, porque en ambos mundos coexiste la misma referencia pasada por la tamiz de las propias tradiciones. Hablar de, por ejemplo, la influencia de El Greco en el mismo Rivera muralista es algo que se entiende a poco que fijemos nuestra atención en el mexicano. 

   La cultura española llegó para depositar en México un estado de dimensiones extraordinarias, las mismas que los aztecas o mexicas y mayas llegaron a depositar en el espíritu de conquista del español. Ese sincretismo al que hago referencia es el alimento necesario, no sólo para los hijos históricos de Hernán Cortés, sino también para toda una cultura que llega hasta nuestros días, donde los valores que nos representan están muy ligados a los valores que representan la cultura mexicana. 

   Proponer espacios de asimilación cultural, como la exposición del Museo de Bellas Artes de la Ciudad de México propone, es una tarea casi necesaria. Ampliar el caudal ya abierto en la literatura, el cine o el teatro, y depositar compromisos de acción directa entre instituciones podría ser una segunda ola de sincretismo cultural que, lejos de las manifestaciones religiosas donde dejaron su impronta, transiten por espacios comunes, unos espacios preparados para asimilarse aun con diez mil kilómetros de distancia.

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