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SOCIEDAD, INFORMACIÓN Y RELIGIÓN



Javier Lorenzo Candel

Un individuo que intente vivir su vida en la más absoluta soledad, aislado de los ritmos de los otros, tiene las mismas posibilidades de supervivencia que un animal de campo en el punto de mira de un cazador avezado. Y no hay razón para pensar que el mundo en la burbuja que propone el que decide aislarse sea mejor que el que se ofrece desde la sociedad misma, quizá porque hemos asimilado la acción colectiva como la única posible para avanzar, una acción abierta, libre, democrática, que maneja a la perfección concepto como “solidaridad”, “paz social”, “desarrollo”, una acción poderosa para aquello que llamamos “bienestar”. Y, por encima de todo, una acción que hemos hecho necesaria frente a la que no existe ningún tipo de comportamiento que la cuestione.
Nos hemos dado el poder de sabernos únicos en nuestras estrategias, indispensables en las decisiones, como si por debajo de nuestros criterios no fuéramos capaces de pensar que existen otros posibles.
El editor italiano Roberto Calasso, autor del libro “La actualidad innombrable”, publicado en España por Anagrama, propone un recorrido por las sociedades que han diseñado nuestro tiempo hasta llegar al concepto de sociedad secular, desde donde se puede empezar a explicar cuáles son los comportamientos motores de las individuos del siglo XXI. 
Con una interesante aproximación a la actitud terrorista islámica, que trata de manera exhaustiva, Calasso antepone esa sociedad secular a cualquier forma de organización, que se mira a sí misma para explicar que no existe nada fuera de ella; y la democracia como el fundamento necesario para que ella misma se reivindique. No hay nada que esté fuera de los dominios de la sociedad secular, nada es ajeno a ella. Se convierte, entonces, en una forma de nueva religión que guarda los valores, podríamos llamar “de fe”, que ella misma se ha dado, y desde donde se proyecta, con la irrupción de la sociología, un culto a la sociedad divinizada.
Hasta aquí los cimientos que sostienen la estructura. Y después de aquí, entender que una sociedad de esta naturaleza no atiende a razones que no genere ella misma, de igual forma que todo lo que genera en su seno es un producto necesario para su supervivencia. 
 La labor de defensa de esta nueva religión justifica algo tan necesario como la creación de grandes muros que protejan y reivindiquen esa forma de vida. Muros que contengan movimientos individuales que puedan dañar sus estructuras, entre ellos algo tan entendible como el libre albedrío. Dice Calasso: “¿Dónde se alojará eso que no renuncia a pensar?  Ya no en la universidad”. Si hacemos un rápido recorrido por la historia de las religiones, veremos cómo la actitud ante los enemigos de la fe recibe respuestas similares, contestaciones parecidas ante el juicio contrario a sus creencias.
Y un paso más. Las sociedades que nacen con estas características necesitan alimentar sus objetivos para afirmarlas. El alimento puede ser, entre otros, la sociedad informada, la información como moneda de cambio. Calasso emplea el término “dataísmo” (en clara referencia al movimiento dadaísta que rompió con el lenguaje) para afirmar que nuestra sociedad es un territorio amplio donde la información, el Big Data, es el gran Dios del siglo XXI, el ojo que todo lo ve. Y, en consecuencia, los individuos que la forman son objeto exclusivo de indagación para nutrir al monstruo de la información, la gran boca que alimentamos todos los días. 

Pero como a nadie se le escapa la reciente polémica que ha traído la comparecencia de Zuckerberg en el Congreso de Estados Unidos y en las instituciones europeas, podemos decir que los mismos  materiales surgidos por la creación de estas plataformas (facebook o twiter), y que tanto han sido utilizados por los motores de la sociedad secular, llegan a incomodar a la sociedad secular misma. Los países, en una suerte de guerra fría, caen en la cuenta del peligroso invento, sin pensar que hemos llegado a un punto en el que el Big Data, el nuevo Dios, se ha instalado, o lo han instalado, de tal manera en nuestras creencias que no podemos pensarnos sin su concurso en todos nuestros movimientos. Somos seres datológicospor cuenta de la necesidad de ser también datos necesarios. 
Estamos en manos de la información mucho más que la información lo está en nuestras manos, en tanto que los Estados ya no tienen la necesidad de recogerla desde “lo alto” de las estructuras, sino que son los propios individuos los que los abastecen; y de qué manera. Han saltado las alarmas pero, por la propia naturaleza de la chispa que ha provocado el incendio, se apagarán muy pronto. La Ley de protección de datos no es más que un maquillaje de fiesta.
Pero en todo este dominio de la información de los Estados se ha cometido un error. Una pequeña grieta en la dura piedra de la sociedad ha hecho que se pueda ver del otro lado. Una de las salidas ante la presión ejercida por el secularismo es la salida hacia la búsqueda de respuestas que estén fuera de la propia sociedad, una suerte de mirada de súplica a los valores de las religiones, de las creencias. Mirada que enfoca la propia ortodoxia islamista o la actitud de abrazar los símbolos de la religión católica, como si la ley pendular que rige la historia estuviera haciendo de las suyas. 
Y en esta ortodoxia, el terrorismo islamista encuentra territorio abierto, con el sacrificio y el Paraíso como recompensa; y en esta actitud de abrazar los símbolos del catolicismo, la intransigencia de la rancia teología se abre camino. O la salida hacia la necesidad de enarbolar banderas y reivindicar himnos que, en último término, no es menos peligrosa que los fundamentalismos religiosos. Y tras este nuevo escenario, ¿en que situación quedan los ciudadanos del Big Data? En meros espectadores indefensos y atemorizados, objetivos fáciles, me temo.
No es de extrañar entonces que las actitudes terroristas desde la defensa de la ortodoxia, o los juicios sumarísimos en la defensa de los símbolos de fe, así como las banderas y las respuestas patrióticas, vengan del recalentamiento y la combustión de la sociedad secular. La visión que tenemos de nuestro propio entorno tenía que buscar nuevos puntos de mira para intentar salvarse. La fuerza de la sociedad divinizada, la del Big Data, es tanta que ha dejado abrir las válvulas para dejar salir la presión interna, la misma que aísla, por ejemplo, el libre albedrio de la corriente general de los acontecimientos.
 En cualquier caso, a mí se me ocurren otras posibles salidas del caldero en combustión. ¿Y a usted?
 ARTÍCULO PUBLICADO EN INFOLIBRE

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