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UN POCO DE RAP ES MUCHO

UN POCO DE RAP ES MUCHO. En torno a “Ilustres raperos. El rap explicado a los blancos”. Malpaso ediciones, 2017.
JAVIER LORENZO CANDEL


Muchos de los que ahora rondamos los 50 años recordamos perfectamente la música machacona de Rapper´s Delight, un tema de los Sugarhill Gang que se popularizó a finales de los años 80 bajo el título poco afortunado de “El gozo del rollista”, donde el fenómeno rap procedente de los negros de Boston se incrustó en la cultura joven de nuestro país. Y, con él, la puerta de entrada a estos nuevos aires proclamando, no solo una nueva actitud ante el panorama musical, sino un acto de asimilación de la protesta ante la discriminación que la raza negra estaba sufriendo en América.
Desde aquella muestra de Sugarhill Gang, hasta las últimas manifestaciones musicales de Public Enemy, se han venido trazando líneas que ponen al rap en el centro de un análisis nuclear dentro de la evolución musical, que estudian el fenómeno como un territorio extensísimo donde descansa, incluso, la poesía en sus últimas manifestaciones, que anima a estudiantes de universidades prestigiosas en el ámbito de la literatura a crear tesis en torno a él, de igual manera que se dedican estudios a Poe o a Dylan Thomas.
El rap, que vino para quedarse, es el protagonista indiscutido de las acaloradas conversaciones entre la ortodoxia y la iconoclasia, entre los viejos roqueros creadores de sus éxitos y los que utilizan la copia como base de su rapeo. Todo esto es lo que anima a David Foster Wallace, acompañado por su amigo Mark Costello, a ponerse a trabajar en un ensayo que tituló Signifying Rappers y que ahora publica Malpaso bajo el título “Ilustres raperos. El rap explicado a los blancos” este mismo año.
En él podemos encontrar a dos amigos blancos tremendamente ocupados en dotar, a las manifestaciones musicales de los 80 y 90 que recibían el nombre de Rap, de una base teórica que dé sentido, no solo a la estructura musical que aborda, sino también al complejo entramado social del que nace. Un entramado que tiene la exclusión y la discriminación como elementos fundamentales, la rabia contenida de la sociedad negra americana y el terreno de la educación reglada en los guetos de las grandes ciudades como caldo de cultivo.
Es así que el rap, según lo entiende Foster Wallace, explora los espacios de la protesta y saca a la calle, con bases rítmicas muy precisas, a buena parte de los chicos y chicas que amamantan su ira en los barrios marginales. Este es el origen magnífico de la descendencia que luego ha llegado hasta nosotros con mayor o menor fortuna.
Los pequeños estudios de grabación que trabajaban día y noche produciendo maquetas de jóvenes raperos que nacían en los primeros años del fenómeno, las bases de las canciones, sampleadas hasta el extremo (copias de temas conocidos), rozando la ilegalidad, si no incurriendo en ella, la temática que caminaba con precisión entre la droga, la negritud y el insulto ante la sociedad que les rodeaba, hacen que hablemos del rap como manifestación social de primer orden, lejos ya de una anécdota marginal de unos cuantos chicos con muy poca actitud para la música. El “rap serio” puso de manifiesto las posibilidades expresivas (alejados los tópicos en torno a su peligrosidad) de las pandillas que indagaban en esta forma de expresión para hacerse hueco en la sociedad en la que malvivían.
En las posibles definiciones que el libro aborda, llama la atención la lista de características que el autor utiliza para definir el rap: Ausencia de toda melodía que tenga una progresión dentro del tema musical, un simplificado compás 4/4 que hace muy fácil el baile, letras que se recitan o se gritan, rimadas en asonante o consonante, media docena de temas: desde el nacionalismo negro, pasando por las drogas (con bases críticas ante el mercado) hasta la calle como recipiente de la marginalidad, una estética generalizada que el autor califica, quizá no sin razón, como un posmodernismo comparado al del arte, la narrativa o la poesía y la ausencia de instrumentos y de una sola nota original (el sampleado como filosofía de creación).
Y en ese emparentar el Rap con la poesía, que Foster Wallace se encarga en dejarnos claro, un capítulo dedicado a darnos a entender la capacidad del rapero a la hora de conectar las posibilidades métricas que ofrece la letra de las canciones con la base musical. Una capacidad plagada de dinamismo y creatividad, donde el encabalgamiento, los contra- acentos y las variaciones métricas dotan a los temas de verdadera creatividad lingüística. Porque es en este ámbito en el que podemos hablar de una mayor asimilación, si no respecto a la temática que ya abordaban los raperos negros en la que la marginalidad era su elemento indispensable, sí en un nuevo recurso que brota de las nuevas interpretaciones del rap y que tiene la literatura, su huracán de creatividad, como cajón donde posarse. Tan es así que, para entender los nuevos resortes de la poesía reciente, estemos obligados a empezar a entender el aire que se respira en torno al rap, asimilando también, y de manera necesaria, sus coordenadas dentro de la generación de lectores.
Y para abrazar aún más el fenómeno rap, un análisis exhaustivo de las influencias recibidas desde el folk o el Jazz, así como atribuciones directas de rapeo en los temas de Bob Dylan, o la utilización de las bases de Led Zeppelin como fondo necesario de algún éxito de Schoolly D.   
En este “Ilustres raperos” encontramos un sinfín de líneas trazadas que van del jazz a Public Enemy, de los Panteras Negras a las calles de Boston, de la métrica más ortodoxa a las capacidades rítmicas de los negros raperos, del espíritu emocionado de dos seguidores blancos a una nueva era para definir el rap, para abordar qué se ha perdido por el camino, qué ha heredado el mundo de la música de este fenómeno creativo. Una buena lectura, sin lugar a dudas.
 ARTÍCULO PUBLICADO EN INFOLIBRE

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